30. «Vayan a la aldea que está allí —les dijo—. Al entrar, verán un burrito atado, que nadie ha montado jamás. Desátenlo y tráiganlo aquí.
31. Si alguien les pregunta: “¿Por qué desatan al burrito?”, simplemente digan: “El Señor lo necesita”».
32. Así que ellos fueron y encontraron el burrito tal como lo había dicho el Señor.
33. Y, efectivamente, mientras lo desataban, los dueños les preguntaron:—¿Por qué desatan ese burrito?
34. Y los discípulos simplemente contestaron:—El Señor lo necesita.
35. Entonces le llevaron el burrito a Jesús y pusieron sus prendas encima para que él lo montara.
36. A medida que Jesús avanzaba, la multitud tendía sus prendas sobre el camino delante de él.
37. Cuando llegó a donde comienza la bajada del monte de los Olivos, todos sus seguidores empezaron a gritar y a cantar mientras alababan a Dios por todos los milagros maravillosos que habían visto.
38. «¡Bendiciones al Rey que viene en el nombre del Señor!¡Paz en el cielo y gloria en el cielo más alto!».
39. Algunos de los fariseos que estaban entre la multitud decían:—¡Maestro, reprende a tus seguidores por decir cosas como esas!
40. Jesús les respondió:—Si ellos se callaran, las piedras a lo largo del camino se pondrían a aclamar.
41. Al acercarse a Jerusalén, Jesús vio la ciudad delante de él y comenzó a llorar, diciendo:
42. «¡Cómo quisiera que hoy tú, entre todos los pueblos, entendieras el camino de la paz! Pero ahora es demasiado tarde, y la paz está oculta a tus ojos.