9. Le dijeron al rey Nabucodonosor:«¡Que viva Su Majestad por siempre!
10. Usted ha establecido una ley ordenando que todos deban postrarse y rendir homenaje a la estatua de oro cuando escuchen la música de las flautas, trompetas, cítaras, liras, arpas, zampoñas y otros instrumentos musicales,
11. y que cualquiera que se niegue a hacerlo sea arrojado a un horno de fuego ardiente.
12. Pero hay algunos judíos aquí, Sadrac, Mesac y Abednego, a quienes Su Majestad ha puesto a cargo de los asuntos de Babilonia, que han desobedecido sus órdenes. No respetan al dios de Su Majestad, ni rinden homenaje a la estatua de oro que usted mandó levantar».
13. Entonces Nabucodonosor, en un arrebato de cólera, ordenó que Sadrac, Mesac y Abednego fueran traídos a su presencia.
14. Cuando los trajeron ante él, les preguntó:—¿Es verdad Sadrac, Mesac y Abednego, que se han negado a honrar a mis dioses y rendir homenaje a la estatua de oro que levanté?
15. Les daré una oportunidad. Cuando oigan la música, si se inclinan y rinden homenaje a la estatua, no tomaré en cuenta su falta; pero si se niegan a hacerlo, serán arrojados inmediatamente en un horno de fuego ardiente. Y entonces, ¿qué dios podrá librarlos de mi castigo?
16. Sadrac, Mesac y Abednego respondieron:—No hace falta que nos defendamos ante Su Majestad.
17. Si somos arrojados al horno de fuego ardiente, el Dios a quien servimos puede librarnos del horno y de cualquier otro castigo que Su Majestad nos imponga.
18. Y aunque no lo hiciera, Su Majestad debe entender que nunca honraremos a sus dioses ni rendiremos homenaje a su estatua.
19. Entonces Nabucodonosor se puso furioso, y su rostro estaba irreconocible de la cólera contra Sadrac, Mesac y Abednego. Mandó que el horno ardiente fuera calentado siete veces más de lo normal,
20. y llamó a algunos de los hombres más fuertes de su ejército para que ataran a Sadrac, Mesac y Abednego, y los arrojaran en el fuego.
21. Fueron, pues, bien atados con sogas y arrojados al horno, con todo y su ropa puesta.
22. Y por estar el horno demasiado caliente, por la orden que había dado el rey en su gran cólera, ¡las llamaradas mataron a los soldados al acercarse al horno para arrojar a los tres jóvenes!
23. Así Sadrac, Mesac y Abednego cayeron atados en medio de las llamas.
24. Pero de pronto, asombrado Nabucodonosor, se levantó a toda prisa y preguntó a sus consejeros:—¿No atamos y arrojamos a tres hombres al horno?Ellos le respondieron:—Así es, Su Majestad.