6. Luego el rey y los dirigentes de Israel confesaron a Dios sus pecados y exclamaron:—¡El SEÑOR es justo y recto al tomar esta medida contra nosotros!
7. Cuando el SEÑOR vio que se habían humillado, mandó a Semaías a decirles: «Por cuanto ustedes se han humillado, no los destruiré, sino que dentro de poco tiempo los voy a librar. No permitiré que Sisac ejecute el castigo que había planeado contra ustedes, los que viven en Jerusalén.
8. Pero sí permitiré que sean siervos de Sisac, para que aprendan cuán diferente es servirme a mí que servir a los reyes de otros países».
9. Marchó, pues Sisac, rey de Egipto, y atacó a Jerusalén y se llevó todos los tesoros del templo y del palacio real, como también todos los escudos de oro de Salomón.
10. El rey Roboán los reemplazó con escudos de bronce, y los entregó al cuidado del capitán de la guardia.
11. Cada vez que el rey entraba en el templo, los guardias llevaban los escudos, y después los traían de vuelta al arsenal.
12. Cuando el rey mismo se humilló, el SEÑOR dejó a un lado su enojo, y no lo destruyó por completo, pues aun quedaba algo bueno en Judá.