21. Por tanto, renunciando a todo vicio y al mal que nos cerca por doquier, acoged dócilmente la palabra que, plantada en vosotros, es capaz de salvaros.
22. Pero se trata de que pongáis en práctica esa palabra y no simplemente que la oigáis, engañándoos a vosotros mismos.
23. Quien oye la palabra, pero no la pone en práctica, se parece a quien contempla su propio rostro en el espejo:
24. se mira y, en cuanto se va, se olvida sin más del aspecto que tenía.