10. Tanta era la fetidez, que nadie quería llevar al que poco antes se imaginaba poder alcanzar las estrellas del cielo.
11. Entonces, con la tortura de aquel castigo divino que por momentos se hacía más doloroso, comenzó a moderar su extrema arrogancia y a entrar en razón.
12. Y como ni él mismo podía soportar su propio hedor, dijo:— Es justo someterse a Dios, y ningún simple mortal debe creerse igual a él.
13. Este criminal comenzó entonces a suplicar a Dios soberano, que no iba a apiadarse de él, prometiendo
14. declarar libre a la ciudad santa, a la que antes se había dirigido apresuradamente para arrasarla y convertirla en un cementerio.
15. También prometía equiparar en derechos a los judíos con los atenienses, cuando poco antes los consideraba indignos de tener sepultura y eran tan sólo buenos para pasto de las aves de rapiña o para ser arrojados con sus hijos a las fieras.
16. En cuanto al santo Templo que él mismo había saqueado, prometía ahora adornarlo con las más hermosas ofrendas, devolver con creces los objetos consagrados y proveer con su propio dinero a los gastos de los sacrificios.
17. Finalmente estaba dispuesto incluso a hacerse judío, y a recorrer todo lugar habitado proclamando el poder de Dios.
18. Pero sus dolores no se calmaban en manera alguna, porque la justa condenación de Dios había caído sobre él. En el colmo de su desesperación, escribió a los judíos una carta de súplica, que decía así:
19. “El rey y general Antíoco saluda a los judíos, excelentes ciudadanos, y les desea salud y bienestar.
20. Me alegraré de que, gracias a Dios, ustedes y sus hijos gocen de buena salud y sus asuntos marchen como desean.
21. En cuanto a mí, que al regresar de la región de Persia contraje una penosa enfermedad, recuerdo con gratitud sus muestras de afecto y respeto, y he creído necesario preocuparme por la común seguridad de todos.
22. No es que yo desespere de mi situación, pues tengo mucha confianza en llegar a restablecerme de esta enfermedad;
23. sin embargo, tengo presente que, cuando mi padre emprendía una campaña militar en las regiones altas, designaba un sucesor
24. a fin de que, si sucedía algo imprevisto o corría algún rumor desagradable, los habitantes de las provincias no se sintieran intranquilos, conociendo de antemano a quién se le había confiado el gobierno.
25. Me consta, además, que los gobernantes de los países vecinos a mi reino están al acecho de una oportunidad favorable. Por eso he designado rey a mi hijo Antíoco, a quien en muchas ocasiones, durante mis campañas en las regiones altas, ya había presentado y recomendado a la mayor parte de ustedes. A él le he escrito la carta que va a continuación.
26. Les ruego, pues, a todos ustedes, que no olviden los beneficios públicos y privados que de mí han recibido, sino que conserven hacia mi hijo la misma lealtad que han tenido conmigo.
27. Porque estoy convencido de que él seguirá una línea de moderación y humanidad, de acuerdo con mis principios”.
28. De este modo murió aquel asesino y blasfemo, que tanto había hecho padecer a otros. Su vida terminó miserablemente en un país extranjero, entre montañas, y sufriendo los más atroces tormentos.