29. »Hermanos, permítanme decirles con franqueza que el patriarca David murió y fue enterrado, y que su sepulcro está todavía entre nosotros.
30. Pero David era profeta, y sabía que Dios le había prometido con juramento que pondría por rey a uno de sus descendientes.
31. Así que, viendo anticipadamente la resurrección del Mesías, David habló de ella y dijo que el Mesías no se quedaría en el sepulcro ni su cuerpo se descompondría.
32. Pues bien, Dios ha resucitado a ese mismo Jesús, y de ello todos nosotros somos testigos.
33. Después de haber sido enaltecido y colocado por Dios a su derecha y de haber recibido del Padre el Espíritu Santo que nos había prometido, él a su vez lo derramó sobre nosotros. Eso es lo que ustedes han visto y oído.