27. Con esto despertó el carcelero, que, al ver abiertas las puertas de la cárcel, sacó su espada para matarse, pensando que los presos habían huido.
28. Pero Pablo le gritó:–¡No te hagas ningún daño, que todos estamos aquí!
29. Entonces el carcelero pidió una luz, entró corriendo y, temblando de miedo, se echó a los pies de Pablo y Silas.
30. Luego los sacó y les preguntó:–Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?
31. Ellos contestaron:–Cree en el Señor Jesús y serás salvo tú y tu familia.