26. Sin embargo, con toda seguridad, el Señor no ha permitido que tú vengas a derramar sangre y a tomarte la justicia por tu mano. ¡Quiera el Señor que todos tus enemigos y todos los que procuran hacerte daño corran la misma suerte que Nabal!
27. Y ahora te ruego que estos regalos que te he traído sean repartidos entre los criados que te acompañan,
28. y que perdones a esta tu servidora. Ciertamente el Señor va a mantenerte en el poder, a ti y a tu dinastía, ya que tú luchas por la causa del Señor; y en toda tu vida no sufrirás ningún mal.
29. Si alguien te persigue e intenta matarte, tu vida estará segura bajo la protección del Señor tu Dios. En cuanto a tus enemigos, el Señor los arrojará como quien arroja piedras con una honda.
30. Así pues, cuando el Señor haga realidad todo lo bueno que ha anunciado respecto a ti, y te nombre jefe de Israel,
31. no tendrás el pesar ni el remordimiento de haber derramado sangre inocente ni de haberte tomado la justicia por tu mano. Y cuando el Señor te dé prosperidad, acuérdate de esta tu servidora.
32. David le respondió:–Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que te envió hoy a mi encuentro,
33. y bendita seas tú por tu buen juicio, porque hoy has evitado que yo llegue a derramar sangre y a tomarme la justicia por mi mano.
34. Pero te juro por el Señor, el Dios de Israel, que ha evitado que yo te haga daño, que si no te hubieras apresurado a venir a mi encuentro, mañana no le quedaría a Nabal ni un solo varón vivo.
35. Luego David recibió de manos de ella lo que le había llevado, y le dijo:–Puedes irte tranquila a tu casa. Como ves, he atendido a tus razones y te he concedido lo que me pediste.
36. Cuando Abigail volvió adonde estaba Nabal, le encontró celebrando en la casa un banquete digno de un rey. Le vio muy contento y completamente borracho, y por eso no le dijo nada hasta el día siguiente.
37. A la mañana siguiente, cuando ya se le había pasado la borrachera a Nabal, Abigail le explicó claramente lo ocurrido, y Nabal sufrió un ataque repentino que le dejó paralizado.
38. Diez días después, el Señor le hirió de nuevo, y Nabal murió.